Allí, oculta a los ojos extraños, han despejado la soleada falda de un monte, de cara al mediodía, y en ella crecen vides dispuestas en ordenadas hileras. Al recordar la belleza de aquel lugar se le parte el corazón. Hombres, mujeres y niños se desplazan lentamente por el viñedo, con los cinco sentidos puestos en el cuidado de las cepas.
Quiero tener el cielo desnudo entre las manos: deshacer lentamente el color de las cosas, el germen del dolor.
La desgracia, al ligarse a mí, me enseñó poco a poco otra religión, distinta a la religión enseñada por los hombres.
Las mujeres parecen primero ángeles, luego supone uno si serán demonios, y poco a poco empieza uno a comprender, que son hembras, como las yeguas, como las vacas...