El oráculo no adivina el futuro: sólo ejerce un arte del enunciado en el que ningún hecho sobreviniente puede contradecirlo.
Se siente solidario de todo escrito cuyo principio sea que el sujeto no es más que un efecto de lenguaje. Imagina una ciencia muy vasta en cuyo enunciado el sabio terminaría por incluirse finalmente, y que sería la ciencia de los efectos de lenguaje.