La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas.
Todo lo miserable, lo sufre que de sí mismo, lo atormentado por malos sentimientos, el entero mundo-ghetto del alma, ¡de un golpe, encumbrado! — Basta leer a cualquier agitador cristiano, a San Agustín, por ejemplo, para comprender, para oler qué sucia pandilla se encumbró de ese modo.
En cuanto al crimen, yo no conozco mayor criminal que el gobierno, una camarilla de saqueadores de los demás con un capo cuatrienal o sexenal que habla y habla y habla y habla. Aquí, en China y en la Conchinchina
Sin rencor ni parcialidad
¡Con qué frecuencia se nos obligó a cargar con fortuna parcialidad hacia el injusto!