Los nórdicos nunca viajan de noche. Tampoco suelen navegar de noche, sino que prefieren atracar su barco al atardecer y esperar hasta el alba antes de reanudar el trayecto.
Cuéntame cómo va cayendo el sol, mientras hablas pensaré: ¡qué guapa esta! Qué suerte ser la mitad del cuento de un atardecer que observo al escucharte porque mis ojos son tu voz.
El frío anochecer de Kyoto hacía aflorar el calor del fuego. El viento, en la penumbra, gemía entre los pilares. El grillo que se posaba en la gruesa columna había desaparecido.
Tal vez por eso estamos tan muertos, y al mismo tiempo tan vivos: porque cada anochecer nos aniquila, y nos redime el alba.